Con setiembre llega el inicio o la vuelta al cole. Y con ella la adaptación escolar, todo un reto para muchas familias, centros infantiles y sobre para los peques.
Sólo hay que pasearse por la entrada de unas cuantas guarderías, parvularios, centros de pre-escolar y escuelas infantiles para ver la diversidad de letreros. Letreros en los que se anuncia, cómo proceder los primeros días de cole. Los hay de todo tipo, con consejos, instrucciones, con horarios escalonados más o menos justificados y con puertas abiertas o no, para compartir esas primeras experiencias del aula. Hay procesos de adaptación escolar excepcionales, cómo el que propone una primera semana de asistencia durante 2 horitas conjuntamente papis y bebés a la que sigue, una segunda semana en la que los peques están 3 horitas más mientras que los padres permanecen en un aula contigua sin que los hijos lo sepan en espera de que todo vaya bien. Pero ¿qué es realmente el periodo de adaptación escolar?, ¿es necesario planificar ese proceso? En definitiva ¿cuál es el objetivo verdadero de estas propuestas?
Profesionalmente, ni me gusta el término “periodo de adaptación” ni creo que se piense en las necesidades infantiles cuando se elaboran esos letreros planificadores de cada propuesta. De hecho, se trata de un proceder que se ha ido instaurando en los últimos años, a mi entender, como consecuencia de las tendencias actuales en crianza y educación infantil que surgen de los nuevos modelos de maternidad.
El concepto de “adaptación” es inherente al crecimiento, al desarrollo madurativo, a la evolución personal. La capacidad de adaptación es la característica fundamental de todo ser vivo, sin ella, es imposible la supervivencia. Adaptarse es la principal condición de todo proceso natural. Todo bebé, con su nacimiento, es lo primero que hace: ADAPTARSE a su entorno y aprender de él.
Vivimos tiempos extremadamente confusos, dónde los instintos han sido relegados al campo de lo biológico en pos de una sobrevaloración del mundo de la información compartida. Información, en la que el único filtro de autenticidad lo da el número de seguidores que tenga. Nunca antes la cantidad ha estado valorada tan por encima de la calidad. Pero ¿son padres informados lo que un bebé necesita que se inicia en el mundo escolar? Rotundamente NO.
Un bebé necesita atención, plena atención, aquella atención que permita conectar con sus necesidades, y sólo con las suyas porque todo bebé es único y como único le hemos de tratar. Da lo mismo en qué familia nazca, en cuál sea el lugar del planeta que vea por primera vez la luz, que respire su aire e inhale el olor de su madre, oiga su voz, sienta su tacto, ¡DA LO MISMO!
Cuando un bebé y una madre se reconocen, se construye la más importante de las relaciones y la comunicación más genuina que se puede generar: el vínculo maternal. No hace falta ningún tipo de información sobre ello, nada tienen a ver los libros de crianza y maternidad leídos, las páginas y foros de Internet consultados, los consejos de madres, amigas, contertulianas… Lo único que no da lo mismo, es ese momento de atención plena que surge desde el amor y fusiona corazón con corazón.
Los periodos de adaptación escolar que proponen los educadores infantiles tratan de facilitar el proceso a esas mamás y, cada vez más, papás que empatizan con el sufrimiento infantil. Cierto es que todo cambio implica un desequilibrio que altera el bienestar de la infancia pero no hay crecimiento sin cambio. Por ello, ese “sufrimiento” hay que entenderlo como necesario para crecer y, atenderlo desde lo instintivo y natural, aunque las tendencias actuales en crianza propicien actuaciones sobreprotectoras que inhiben las capacidades adaptativas que todo bebé debe desarrollar.
De esta manera, los centros infantiles despliegan sus propuestas en función de sus recursos sin realmente atender a las necesidades individuales cuando cada bebé, cada familia, cada situación precisa su propio proceso de adaptación. No hay un periodo de adaptación, hay el proceso que cada situación requiere.
Las emociones tempranas nos ayudan mucho a entender ese proceso y son la guía que deberíamos atender para actuar óptimamente. El trabajo a realizar con las familias, que escolarizan por primera vez a su bebé, es el de prestar atención a su mundo emocional. Las que lo hacen en los primeros años cuando cualquier nueva experiencia es una enorme aventura, es la de tener en cuenta su mundo emocional y actuar de acuerdo a su función. Emociones como el miedo, la tristeza, la sorpresa, son básicas para entender los procesos de adaptación a la escuela.
Cuando un papá, una mamá entienden lo que le sucede a su criatura, qué emociones se ponen en juego, activan su instinto y actúan con seguridad. Un bebé emocionalmente sano es aquel que expresa sus emociones y desarrolla las capacidades implicadas en ellas. Llorar cuando mamá o papá te deja en la puerta del cole o en los brazos de la profe, es sanísimo. Mostrarse reticente cuando te vienen a buscar, decir “no cole” cuando les animamos a que nos hablen de su experiencia, son muestras de una gestión saludable de las propias emociones.
¿Qué hay que hacer para que la adaptación escolar sea un proceso de éxito?
1. Educadores, familias, deben trabajar conjuntamente, respetando cada proceso individual.
2. Prestar atención plena, aportando los recursos necesarios para que esas primeras experiencias estén llenas de significado, aprendizaje y, sobre todo, amor.
3. No olvidar que respeto y afectividad son las características principales que debemos poner los adultos para facilitar los ritmos infantiles y fomentar las nuevas rutinas.
Con todo ello, propiciaremos un desarrollo sano y feliz al hacerles sentir seguros, confiados, tranquilos, condiciones necesarias para desarrollar las capacidades básicas necesarias para todo aprendizaje.
Porque sabemos lo importante que es acompañar el desarrollar infantil y las dificultades con las que se encuentran actualmente las familias, ofrecemos servicios psicológicos tanto presenciales como online.
Además, entre los servicios online, contamos con un CURSO para todas aquellas familias que tienen como inquietud, con el que profundizar en el conocimiento de los hijos y sobre todo, aprender a tratar los comportamientos y descubrir las emociones que hay tras ellos. Cuidar la salud emocional de los más pequeños es la garantía para que sean unos adultos maduros y felices. Cuidar de esa salud emocional requiere de adultos emocionalmente maduros, de padres y madres que hagan de su oficio de crianza, una aventura emocionalmente apasionante.