«El poder de las palabras» no sólo es un título sugerente, es una convicción y condición necesaria para establecer un óptimo vínculo afectivo entre padres e hijos. Y, especialmente importante para crear un apego seguro durante el primer año de vida entre bebé y mamá. De ahí que este post se publicara por primera vez en el 2012 como uno de las primeras entradas de este blog y siete años después lo actualizo incorporando muchas de las experiencias vividas en todo este tiempo.
Tener miedo, enfadarse, irritarse, estar triste… son emociones que se activan ante situaciones de desconocimiento, frustración, pérdida, cuando aún no hemos aprendido ni desarrollado mecanismos y capacidades adaptativas en general o de manera específica. Por ejemplo, si nunca hemos visto las profundidades de una cueva, sentiremos un cierto temor al desconocer qué cosas puedan habitar allí ni qué nos pueda suceder. Pero, si ya somos unos expertos espeleólogos y conocemos qué misterios esconden, el sentimiento de temor desaparece, es decir, habremos desarrollado nuestra capacidad de adaptación hacia esa situación.Una de la funciones primordiales del rol paterno y concretamente de la maternidad es dar significado a los comportamientos y emociones de los hijos.
¿Qué les ocurre a los niños?
En la infancia los mecanismos y capacidades adaptativas están en fase de desarrollo. Es decir, el bebé está preparado para hacer frente a cualquiera de los obstáculos que le presente el día a día, pero necesita aprender a poner en marcha los recursos con los que cuenta. Para hacerlo necesita de nosotros y en especial de sus papás.
Desde el primer momento de vida, el bebé inicia su proceso de aprendizaje, ayudarle en este proceso es aportarle significado a sus emociones, es decir, utilizar el poder de la palabra. Y para ello nadie mejor que mamá por contar con una capacidad innata que se activa con el instinto de maternidad: la capacidad de revêrie.
¿A qué llamamos revêrie?
Hace unos días leía un maravilloso artículo de mi colega Valeria Sabater – Psicoplenitud en el que explicaba la importancia de hablarles a los bebés para enseñarles el lenguaje de las emociones. Valeria se ponía en la piel del bebé para decirle a mamá: “Mamá, háblame bajito para darme calma, para que pueda crecer con tu afecto, con tu buen hacer”.
Es importante tener en cuenta que cualquier cosa que les decimos a los niños se escucha con mucha atención. De hecho, la capacidad auditiva de los bebés ya se inicia en el útero y queda registrada en su inconsciente para luego reconocerla al nacer. Como consecuencia de ello, es la enorme sensibilidad de los niños, en ocasiones magnificada, que escuchan y mucho. Además de hacerlo con todos los sentidos, con el olfato, los ojos y principalmente con la piel: ven nuestra actitud, huelen nuestras intenciones, oyen cómo entonamos y sienten las vibraciones de nuestra voz cuando transmitimos las palabras. Por ello es necesario que seamos impecables cuando nos dirigimos a ellos.
Valeria, dice en su artículo que la voz es una herramienta de poder en la maduración de un bebé, es el canal por el cual, él mismo asentará no solo el lenguaje, sino también su mundo emocional. Es decir, así como una mamá hable a su bebé ya desde antes de nacer, así será su desarrollo y maduración emocional. Pero hay más, en la década de los 50, Wilfred Bion trabajó sobre las teorías del pensamiento y en cómo se inician los conceptos base del desarrollo cognitivo.
Bion descubrió la importancia de la función maternal en dar nombre y poner palabras a las experiencias tanto positivas como negativas que vivía el bebé. Observó esa capacidad maternal de comunicarse de manera genuïna que facilita la experiencia de los bebés y su adaptación al entorno. A ese tipo de comunicación le llamó revêrie por asemejarse a ese momento de ensoñación en el que las palabras reflejan todo el poder de los pensamientos más puros y amorosos. Ese proceso en el que los pensamientos que se están formando toman forman y consistencia. Así, una mamá con sus palabras amorosas pueden modificar los pre-pensamientos terroríficos que puede sentir un bebé ante la sensación de hambre transformándolos en pensamientos, conceptos, conocimientos tranquilizadores.
Eso es lo que pasa cuando mamá ante el llanto de un bebé que expresa su malestar de hambre puede cogerlo en brazos, mirarle a los ojos y con voz cálida y tranquila decir aquello que suele salirnos del alma «calma, mamá está aquí para darte de comer«. O cuando durante el embarazo mamá canta y siente cómo a su bebé le gusta tal como refleja el relato de Miradas que Hablan que os recomiendo si aún no lo conocéis. Con ello, no sólo estamos tranquilizando al bebé y ofreciéndole una experiencia amorosa, le estamos poniendo significado a lo que le ocurre, le estamos ayudando a crear pensamiento, a desarrollar su capacidad cognitiva.
Como dice Valeria en su artículo «los bebés entienden conceptos, ideas y palabras mucho antes de empezar a comunicar. Las emociones que les transmitimos con nuestro tono de voz, tienen a veces más poder que una palabra. Basta con elevar el tono para que un bebé se asuste y se desencadene el llanto. Sin embargo, hablar entre susurros, de forma cercana, afectuosa y sabiendo “acariciar” con la voz, genera en los niños una calma maravillosa que impacta de forma muy positiva en su desarrollo» y así es porqué hablarles bajito, entre susurros, acariciando con la voz, es decirles que todo está bien y que si no lo está, mamá se ocupa de arreglarlo.
Con la capacidad de revêrie, consolidamos el vínculo de apego seguro y permitimos que se desarrolle en nuestro bebé la primera de las capacidades adaptativas: la confianza básica que va a necesitar para enfrentarse con optimismo al mundo.
Cuando empiezan a crecer, emitir los primeros sonidos, la comunicación parece que es más fácil pero no siempre los peque interpretan nuestras palabras con el mismo significado que las pronunciamos, es importante en esos casos agacharnos hasta que tengamos nuestros ojos a la altura de los suyos. Como propone SoloHijos, «Dile a tu pareja que se suba de pie a una silla. Desde esa posición, trata de hablar con ella. ¿A que es molesto tener que dirigirte a una persona que está a una altura muy superior a la tuya? ¿No es cierto que te sientes en inferioridad de condiciones?»
Muchas veces nos equivocamos creyendo que el silencio o el no hablar de un hecho concreto, facilita que se resuelva por si mismo. El pensamiento humano no funciona así, nada de lo que pensamos desaparece, sólo se esconde negando que está. Hablar, compartir el sentimiento, acoger las emociones desde la calma, es el mejor camino para poder activar y desarrollar las capacidades y recursos con los que contamos. Hacerlo con los hijos es aportarles el significado que necesitan para crecer óptimamente. Hacerlo desde ya antes del nacimiento, garantiza un óptimo desarrollo emocional y cognitivo.