¿Habéis observado la cara de felicidad del bebé mientras duerme?
Los niños vienen al mundo con un propósito: ser felices.
En general, a no ser que haya habido situaciones traumáticas durante el embarazo, la vida intrauterina es tranquila, placentera. El medio acuoso en el que habita el feto durante la gestación proporciona las condiciones ideales (temperatura, sonoridad, movimiento…) para que el proceso de maduración se realice óptimamente.
Si hacemos el paralelismo con la creación de una obra de arte, cualquier artista nos dirá que los preparativos son importantes, más aún, antes de las pinturas, los pinceles… el deseo, la imaginación, la visualización de la idea en el lienzo, serán imprescindibles para el proceso. Cuando los pinceles se pongan en movimiento, cuando las pinturas empiecen a tomar vida y las forman y los colores se hagan dueños de la obra, estará apunto de nacer.
Así pasa con los hijos, preparamos su concepción, cuidamos de su gestación y cuando nacen los esperamos llenos de amor.
A lo largo de la historia se ha hablado mucho y en numerosas ocasiones del “trauma” del nacimiento pero si nos remitimos a la biología, hemos de pensar que si hombres y mujeres no estuviéramos preparados para concebir, gestar y parir, no lo haríamos. Y, si lo hacemos en ningún caso ha de ser “traumático”.
Nacer, como proceso natural, está lleno de misterio y es una de las grandes experiencias de la vida. En el nacimiento madre y bebé afrontan una heroica aventura pero lo hacen juntos y en estos tiempos modernos que todo está profesionalizado, lo hacen con mucha compañía, hay todos los números para que se haga con pleno éxito.
¿Por qué entonces no respetamos que nuestros hijos cumplan su propósito?
Mi hipótesis es que los adultos no creemos en la felicidad y por ello se la acabamos desbaratando a los niños.
La felicidad existe si sabemos descubrir cuál es su verdadero significado. Preguntadles a los niños y escuchad lo que os cuentan. Os explicaré un secreto: “ELLOS CONOCEN SU SIGNIFICADO VERDADERO”.