«Tus hijos no son tus hijos, son los hijos y las hijas de la vida por sí misma.  Llegan a través de ti, pero no vienen de ti.  Y aunque estén contigo, no te pertenecen.  Puedes albergar sus cuerpos, pero no sus almas, porque sus almas habitan en la Casa del Mañana; un lugar que no podrás visitar ni siquiera en tus sueños.  Puedes intentar ser como ellos, pero no intentes hacerlos semejantes a ti.”       (Kalhil Gibrar)

Estas preciosas palabras nos introducen en un concepto, que sin ser complejo, puede ser dificultoso de entender: la dependencia en libertad.

Es habitual, cuando se piensa en los hijos y en su futuro, desear para ellos un estado de autonomía, de independencia.  Deseamos criar a nuestros hijos para que sean independientes, para que se conviertan en hombres y mujeres que sepan valerse por ellos mismos, sin ataduras, sin dependencias pero… ¿es realmente esa la situación más idónea en un ser evolutivamente maduro?

 

Desde nuestra experiencia con el desarrollo infantil y la salud emocional podemos afirmar que no.  Bowlby, hace ya más de medio siglo estudió y desarrollo la teoría del apego seguro por la que sabemos que los bebés al nacer necesitan vincularse a sus progenitores, y en su ausencia, a cuidadores amorosos que le proporcionen experiencias positivas y que le transmitan seguridad.  Si ello se realiza de manera natural, los niños se desarrollan sanos y felices.

 

Entonces, si la dependencia es necesaria para el crecimiento ¿por qué tiene tan mala prensa?  ¿Será porque confundimos dependencia con posesión, control, con ser débil,  vulnerable…?

Como adultos aceptamos que los niños dependan de nosotros.  Más incluso, nos hace felices que así sea y cuando llega el momento de la adolescencia y empiezan a querer desprenderse nos hacen sufrir.  Pero… ¿qué quieren exactamente los adolescentes?

Si reflexionamos sobre estos hechos nos daremos cuenta que no es el dejar de ser dependientes lo que buscamos cuando crecemos.  De hecho, los humanos somos seres sociales,  somos los mamíferos que nacemos más inmaduros y los que establecemos vínculos afectivos más duraderos.  Nuestro desarrollo cognitivo y nuestro bagaje emocional nos permite establecer relaciones, reconocer al otro como diferente a nosotros, empatizar, comprometernos…

 

¿Por qué hablamos de dependencia en libertad?  Porque una y otra, conjuntamente, nos hace emocionalmente maduros.  Conectar con la propia vulnerabilidad, reconocer la necesidad del otro, desear el dar y el recibir nos dispone a una actitud realista de nuestro ser y estar.  El peligro está cuando a la dependencia, en lugar de darle valor, le ponemos precio.  Hemos de depender desde la libertad porque la verdadera dependencia nos hace libres.

 

La crianza hacia la dependencia en libertad es una de las tareas más ambiciosas y generosas que ofrecen los padres.  Entender, como nos dice Kalhil Gibrar, que nuestros hijos son hijos de la vida es aceptar que nacen libres para ser ellos mismos, para desarrollar sus propias capacidades y que dependerán de nosotros, de por vida, para conseguir su propósito.

Si como padres, somos capaces de cumplir con nuestro cometido, ayudaremos a nuestros hijos a que se conviertan en adultos dependientemente libres.  Adultos que sepan compartir emociones, reconocer sus necesidades y saberlas pedir.  Les  guiaremos para que buscando la in-dependencia no desarrollen conductas egoístas.  Contribuiremos a que busquen la felicidad haciéndoles saber que somos incompletos, que necesitamos de los demás y que los demás necesitan de nosotros, que podemos disfrutar de la soledad porque no estamos solos y siempre nos tendrán.