¡Yo puedo! ¡Yo, yo, yo!
Seguro que son muchas las veces que tu peque te ha dicho estas palabras y mucho antes de que pudiera verbalizarlas, te lo ha hecho saber con sus gestos y gruñidos. Es la omnipotencia infantil, uno de los aspectos que más caracteriza a la etapa de la infancia.
Muchos padres y madres se preguntan el porqué de las demandas y exigencias de sus bebés. Lloros, berrinches, pataletas… forman parte de un día a día que en ocasiones se convierte en agotador y de ahí la pregunta: ¿por qué durante los primeros años de vida hay la convicción de que todo lo que se desee se puede conseguir? La respuesta es obvia, la infancia necesita creer en la omnipotencia para poder sobrevivir.
El mundo que rodea a un niño en sus primeros 3 años de vida es excesivamente inmenso. De un espacio controlado como es el útero materno, con el nacimiento, se pasa a un espacio en el que es imposible hallar los límites. Los brazos y el reconocimiento sensorial de mamá lo conseguirán y en su carencia, las acciones maternales que proporcione su nacimiento. Esa primera experiencia tranquilizadora, asentará las bases de su seguridad, el principio de la capacidad de resiliencia y sobretodo la creencia en la omnipotencia porque sin ella la sensación de caos sería imposible de sostener.
Aprender a vivir no es otra cosa que irse desprendiendo de esa omnipotencia para construir una verdadera autoestima en la que las capacidades yoicas sean reales y adaptadas a las circunstancias y al entorno de cada bebé. En este proceso, las emociones tempranas juegan un papel decisivo, en especial el miedo, el enfado y la tristeza. A partir de las emociones, el bebé aprenderá a desarrollar capacidades adaptativas que le permitirán ajustar sus fantasías omnipotentes al principio de realidad. Por ejemplo, a la primera sensación de miedo, originada por un malestar que no puede interpretar, irremediablemente el bebé llorará para que se atienda ese sufrimiento. Cuando la mamá y/o cuidador alimenta al bebé y el bebé asocia esa acción a que succionando su malestar cesa, podrá descubrir conductas sustitutorias como la de llevarse el dedo a la boca.
Poco a poco, a medida que el bebé vaya adquiriendo habilidades sensorio-motoras, la emoción del miedo compartirá espacio con otras dos emociones altamente significativas, el enfado que aparece al poner a prueba sus propias capacidades y la tristeza que se activa ante la percepción de pérdida del objeto amado.
En una creencia omnipotente, miedo, enfado y tristeza no deberían tener lugar. Por ello, es importantísimo el trato que tengamos los adultos cuando éstas aparecen. Al igual que ocurre con las primeras manifestaciones de la emoción del miedo, la emoción del enfado tiene lugar en el primer momento en que el bebé cree que puede conseguir todo aquello que desea/necesita y fracasa. Si mamá no atiende ese malestar, que puede producir el hambre y la conducta sustitutoria de llevarse el dedo a la boca deja de proporcionar ese placer inicial, el bebé generará comportamientos de llamada de atención cada vez más notorios. Lo mismo ocurrirá con sus primeras aventuras sensorio-motoras (darse la vuelta, agarrar un objeto, manipularlo…), a los movimientos inconscientes y aleatorios sucederán los de carácter voluntario e intencionado, será el primer “yo quiero” consciente. Y, a ese querer conseguir todo aquello que deseo/necesito se unirá, una vez conseguido, el poseerlo para siempre. Así de terribles, son pues, las ansiedades de separación que tienen que ver con el sentimiento de pérdida y la emoción de la tristeza.
La emoción del miedo tiene una función importantísima que tiene a ver a como ofrecemos a nuestro bebé modelos de aprendizaje. Ante una situación o estímulo desconocido nuestras neuronas activan la sensación de malestar-miedo poniéndonos alerta ante el peligro. Esa reacción permite al cerebro prepararse y poner en marcha dos capacidades adaptativas fundamentales para el aprendizaje: la prudencia y la curiosidad. La prudencia permite observar atentamente y establecer asociaciones de causa-efecto. La curiosidad activa la energía que permite el atrevimiento. Sin curiosidad no hay aprendizaje y sin prudencia no hay curiosidad efectiva. Una curiosidad prudente es la base de la valentía y la capacidad de gestionar adecuadamente la emoción del miedo. Pero la emoción del miedo, en los bebés, también tiene una función esencial que no es otra que cuestionar la omnipotencia, “si tengo miedo será que no soy capaz de apropiarme de todo lo que percibo y no conozco”.
Algo parecido pasa con la emoción del enfado, aunque quizás sea esa la emoción que nos enfrenta más a la omnipotencia. Los primeros enfados infantiles tienen a ver con la consciencia de fracaso que siente un bebé en sus primeros intentos de lograr sus deseos/necesidades. Cualquiera que haya observado a un bebé, se habrá dado cuenta de esa primera conducta en la que arruga el ceño y arranca a llorar. A esa primera conducta, sigue otra mucho más interesante y es el volverlo a intentar. La perseverancia, el esfuerzo, son capacidades adaptativas valiosísimas para el aprendizaje del bebé y su desarrollo evolutivo. Sin esfuerzo ni repetición no se consigue que aparezca la sensación de satisfacción. Y, esa sensación es el alimento que mejor nutre a la propia autoestima. Cuando un bebe puede reconocer el mecanismo de intención/acción-esfuerzo/repetición-logro/satisfacción la omnipotencia infantil adquiere su punto álgido de realismo al integrar aquello de “poder es querer” siempre dentro de los propios límites.
Y, ¿qué ocurre finalmente con la emoción de la tristeza? La omnipotencia infantil no sólo se basa en las propias capacidades sino en todas aquellas que se poseen con el binomio mamá-bebé. Durante los primeros 3 meses de vida, el bebé no posee aún de una percepción real del mundo que le rodea. La falta de agudeza en alguno de sus órganos sensoriales y la inmadurez neurológica propician en el bebé un sentimiento de adhesión con el objeto que lo alimenta como si de alguna manera ese cordón umbilical que hasta el nacimiento los unía, siguiera ahí. El bebé va a necesitar, al menos, otros 9 meses para asumir su independencia y autonomía y hasta 3 años para construir su propia identidad. En este proceso, la emoción de la tristeza tiene un papel vital ya que nos informa del momento en que el bebé puede reconocer a su madre como objeto diferenciado al que puede perder. Conectar con esa sensación es esencial para el proceso de individualización y por tanto de crecimiento. Es la primera gran fractura de la omnipotencia infantil fantaseada y la construcción del “yo puedo real” en el que mamá deja de ser un elemento de logro y pasa a ser un elemento de ayuda.
Así, miedo, enfado y tristeza se caracterizan como la tríada emocional que permiten pasar del “yo puedo” omnipotente fantaseado transformándolo en el “yo puedo” real, el que tiene que ver con una verdadera autoestima y con una confianza en las propias capacidades y un reconocimiento de las capacidades de los demás.
Que los padres, madres, cuidadores, educadores conozcan los mecanismos funcionales del sistema emocional infantil es una de las misiones de KASH-LUMN Family Care. Por ello, trabajamos para que cada padre, madre, peque, situación tenga la atención que precisa en función de sus recursos y necesidades. A través de la oferta de productos y servicios tanto on-line como presenciales, aportamos un método innovador para saber más de las emociones infantiles y permitir actuaciones respetuosas y eficientes en la crianza infantil. Porque, cuidar la salud emocional de los más pequeños es la garantía para que sean unos adultos maduros y felices.