Este es el post que apareció el día 7 de setiembre de 2012 en el blog de Silvia a quien, nuevamente, le agradezco que me haya abierto su ventana.
La importancia de la psicología emocional infantil
En los últimos años, las problemáticas infantiles aparecen a edades más tempranas. Las consultas sobre dificultades con el comportamiento de los más pequeños -problemas para dormir, dificultades en la introducción de nuevos alimentos, rabietas, hiperactividad,…- son demasiado habituales.
En una sociedad moderna y avanzada como la nuestra, la mayoría de nosotros nos enfrentamos al oficio de ser padres más desde la exigencia que desde lo que es, convirtiéndose en una difícil empresa. El estrés, el ajetreo cotidiano, la falta de tiempo, nos roban los momentos íntimos para dedicar a nuestros hijos. Nuestra necesidad de saber y de actuar como debe ser, nos lleva a agobiamos con un exceso de informaciones, en ocasiones contradictorias; haciendo caso de presiones sociales de cómo y hacia dónde educar a los hijos; etc… ¿Cómo todas estas circunstancias confluyen en los hijos y en sus comportamientos? ¿Qué nos impide disfrutar de esa experiencia única y maravillosa?
Conocer el mundo emocional de los peques y saber reconocer qué emociones provocan las conductas infantiles permiten actuar desde la calma y la confianza, condiciones ambas necesarias para disfrutar de la aventura de ser padres.
No creo que os esté diciendo algo que no sepáis o no podáis intuir. De hecho, desde hace unos años, hablar sobre la importancia de las emociones ha cobrado relevancia y cada vez es mayor la oferta de libros, artículos, talleres… que nos acercan a este tema. Así, se suele hablar de la gestión de las emociones, de cómo educarlas, de entrenar y estimular la inteligencia emocional y, para ello, se distingue entre emociones positivas y emociones negativas.
En cuanto a bebés y niños pequeños, ese modelo es incompleto. Hay que tener en cuenta otros parámetros. La primera etapa de la vida es crucial, lo que en ella ocurra marca de manera decisiva las etapas posteriores. En los primeros años del desarrollo infantil no hay emociones positivas y emociones negativas, no hay emociones que se tengan que fomentar y otras controlar. Todas y cada una de las emociones son necesarias para aprender y madurar adecuadamente.
Así pues, mejor que hablar de aprender a gestionar las emociones, es necesario dar la importancia que se merece a la salud emocional de los bebés y cuidarla desde el primer momento. Un bebé al que se le comprenda y se le ayude a dar significado a sus experiencias será un niño mejor preparado para afrontar los retos con los que se vaya encontrando, y se convertirá en un adolescente menos problemático.
Los bebés, al nacer, traen un bagaje emocional compuesto por ocho emociones que se denominan primarias. Su nombre se debe a que son los cimientos sobre los que se van a crear el resto de las emociones y por tanto el mundo emocional adulto.
Las emociones primarias aparecen en los primeros instantes de vida. Un bebé no puede ser consciente del miedo porque su capacidad cognitiva aún no está preparada para ello, pero sí puede sentirlo cuando tiene hambre y desconoce que es lo que le ocurre ni puede anticipar lo que le va a ocurrir. Un bebé llorará sin parar y mostrará su enfado cuando quiere que su mamá no se despegue de él porque si lo hace siente que su entorno se desmorona y lo que más quiere en este mundo es sentirse seguro y protegido. Cogerá un berrinche cuando con sus incipientes estrategias no consiga lo que espera obtener.
Cuando sea consciente que ha perdido un objeto estimado, se mostrará triste. Y, cuando sea capaz de anticipar, su curiosidad, le llevará a sorprenderse ante lo inesperado. También nos alegrará cuando esté alegre y nos sonreirá al reconocernos mostrándonos lo contento que está.
Pero eso no es todo, si ha podido integrar una a una las emociones que han ido surgiendo en los primeros meses de su crecimiento (miedo, enfado, ira, tristeza, sorpresa y alegría), le será facil aprender a reconocer el valor de la esperanza y de la aceptación. Estas dos últimas emociones primarias permiten gestionar con éxito todas las demás. No obstante, será necesario, para que cobren toda su efectividad, que antes se haya podido comprender y asimilar la importancia, con sus ventajas e inconvenientes, del miedo, del enfado, de la ira, de la tristeza, de la sorpresa y de la alegría, porque cada una de ellas está programada para aportar aprendizajes y capacidades básicas que desarrollan una personalidad encaminada hacia la felicidad.
Tendemos a proteger a los hijos de todo aquello que, como adultos, nos produce malestar -bien sea por circunstancias personales o sociales- evitándoles situaciones difíciles y/o dolorosas. Todo lo contrario, proteger a los hijos es estar presente para facilitar el proceso de aprendizaje ante cualquiera de sus experiencias aunque éstas no sean las deseadas. Y cuando digo “estar presente” no me refiero en cantidad, sino en calidad. A la calidad en saber escuchar y comprender las emociones.
¿Habéis analizado cómo integra vuestro hijo una situación que le provoca miedo cuando le gritáis “¡venga, no seas un cobardica, has de ser valiente!”? O, ¿qué consecuencias tiene el presionarlos con estímulos continuos para que aprendan más rápido y se conviertan en adultos con éxito?
En eso consiste la apasionante aventura de ser padres, en disfrutar cuidando los procesos de aprendizaje y hacerlo desde un vínculo de calidad basado en el respeto y en el amor. Sólo así, se consigue.
En KASH-LUMN Family Care ayudamos a los padres a descubrir el mundo emocional de sus hijos para, desde ahí, poder actuar adecuadamente ante cualquier problema de conducta y propiciar un desarrollo adecuado: “cuidar la salud emocional de los más pequeños es la garantía para que sean unos adultos maduros y felices”.
© Yolanda Salvatierra, Servicio Psicológico Infantil Domiciliario de KASH-LUMN Family Care.
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